Tu organismo es normal. Haz vida normal. Con la convicción de normalidad y tranquilidad en el día a día conseguiras que el sistema de seguridad (neuroinmune) aprenda a vigilar y proteger de modo sensato. Ni tus genes, hábitos, emociones, problemas ni las condiciones ambientales justifican la activiación del estado alerta-protección (síntomas), un sistema que la evolución diseñó para detectar, evitar y reparar eventos de daño pero que se ha convertido en un sistema alerta-protección innecesario frente a variables inofensivas del día a día. Hoy en día sabemos que esto es así, que es un sistema predictivo que puede construir falsas evaluaciones de amenza y que se peude corregir.

Arturo Goicoechea, Neurólogo

Por Arturo Goicoechea: Podemos sentir dolor, hambre, frío, sed, cansancio… pero no padecerlos. Sentir y padecer son estados distintos.

Las percepciones contienen información, dan cuenta de las variables del mundo interno y externo y una carga variable emocional.

Puedo sentir frío, lo cual me informa de que la temperatura es baja, pero puedo no padecerlo, darme por enterado (la temperatura es baja) y seguir con mi programa sin que esa información térmica me incite o presione a interrumpir la tarea y buscar abrigo.

Puedo recibir la invitación a pensar en comer algo en forma de «hambre» pero la percepción puede ser fugaz, irrelevante y no dar lugar a la búsqueda de comida. Puedo también sentir esa misma sensación informativa y verme «forzado» a colocar el objetivo de comer como prioritario:

– Necesito comer algo. Me muero de hambre.

Puedo sentir dolor, darme por enterado, no darle importancia, seguir con mi actividad. Puede que el dolor sea efímero, una simple información cerebral sobre posibles amenazas de daño relacionadas con ese momento, lugar y circunstancia. Puedo sentir ese mismo dolor y fijarlo en el punto de mira de la atención priorizando la búsqueda de algo que lo quite:

– Necesito un calmante.

Hay circuitos cerebrales para la sensación dolorosa y otros para el padecimiento doloroso.

Acabo de cortar hierba con la desbrozadora. Sentía dolor en la zona de la cadera izquierda pero no lo padecía. He seguido cortando y cuando he acabado el dolor se ha esfumado.

Entre el sentir y el padecer está la relevancia. La sensorialidad se vuelve emocionante cuando el cerebro evaluativo atribuye relevancia negativa, amenazante, a un estado.

Todos los días en muchos momentos siento dolor en muchos lugares. Los siento pero no los padezco. Previsiblemente mi cerebro no proyecta relevancia, emoción.

Hay ciudadanos que se despiertan con dolor y rigidez. Ponerse los calcetines puede ser un reto complicado. Tuve una época así. Fue antes de conocer que el dolor (y la rigidez) es cosa de cerebro. No hay telarañas articulares, fríos, reumas ni contracturas de músculo. Alguna relevancia se ha organizado durante la noche y nos saluda acoplada a la sensorialidad de la acción de levantarnos y pescar el pie con el calcetín.

Un cerebro sensible es aquel que acopla emoción, miedo, relevancia, a acciones irrelevantes, inofensivas. Nos hace sentir y padecer por exceso de vigilancia y temor al daño.

En ausencia de daño relevante debemos trabajar la convicción de que nada sucede donde sentimos dolor que justifique el padecimiento, la aflicción. No es la columna; son los miles de minicolumnas de la corteza cerebral que tejen y destejen la relevancia de cada momento y seleccionan programas confiados, articulados, eficientes o sus contrarios.

En el dolor crónico el cerebro sufriente está desinhibido, liberado. Proyecta aflicción de modo anticipado para forzar al individuo a una conducta de evitación.

– Hace frío.

– Sí. No pasa nada.

Hay que habituarse a los fríos irrelevantes.

– Hace dolor.

– Ya. No importa.

Hay que des-atender el dolor irrelevante.

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