Por Helena Guevara: Todos anhelamos volver a sentirnos como cuando éramos niños.

Cuando teníamos energía infinita para jugar, para explorar, para reír. Cuando ningún obstáculo nos parecía tal, sino que lo vivíamos como un desafío. Saltar un muro, subir a un árbol, rodar por la hierba pradera abajo, dar volteretas, hacer equilibrios sobre las piedras de un río, saltar…

¿Hace cuanto tiempo que no haces algo de esto? ¿Mucho?¿Por qué? ¿Porque son cosas de niños o porque interiormente sientes que ya no tienes  la misma agilidad que antes? ¿Por qué según pasan los años, dejamos de disfrutar de la vida, de explorar, de jugar y nos hacemos viejos, torpes e inflexibles? ¿Por qué perdemos la habilidad de movernos con facilidad, soltura y rapidez? ¿Por qué olvidamos la profunda e inocente alegría de vivir que sentíamos cuando éramos niños?

Porque hemos dejado de aprender, fundamentalmente, porque hemos dejado de aprender a través del movimiento.

Cuando éramos bebés nuestro cerebro se fue conformando, creando miles de redes neuronales, sobre todo, a través el movimiento en relación a la fuerza de la gravedad. Primero yacíamos recostados y sentíamos las zonas de contacto de nuestro cuerpo con el suelo. Luego comenzamos a hacer uso de estas zonas de contacto utilizándolas como apoyos para generar nuevos movimientos. Más tarde, gracias a nuestra curiosidad innata, seguimos explorando cómo el uso de los apoyos nos permitía levantar la cabeza, rodar, reptar, gatear, sentarnos y finalmente caminar.

Lo más importante que aprendimos durante nuestro primer año de vida fue a estar erguidos y caminar y lo aprendimos a través del movimiento. De ahí seguimos aprendiendo a subir y bajar desniveles, a caer y levantarnos rápidamente y muchísimas más habilidades, si es que no se coartó mucho nuestra libertad de movimiento, juego y exploración.

En general éramos niños ágiles y adaptables. Al serlo físicamente también lo éramos mentalmente: éramos imaginativos, intuitivos, ingeniosos y creativos, es decir, inteligentes. Estábamos vivos, éramos felices.

¿Pero qué sucedió con el paso de los años?

Sucedió que dejamos de movernos, nos sentamos, o mejor dicho, nos sentaron en una silla, no nos permitieron seguir explorando y aprendiendo a nuestra manera y a nuestro ritmo, nos adoctrinaron para, finalmente, estar al servicio de ciertos poderes. Así inhibieron nuestra evolución, nuestro desarrollo motriz, intelectual y emocional. Impidieron nuestro florecimiento como seres únicos, perdimos nuestra individualidad y nos convertimos en masa, en una masa consumista y doliente al servicio de dichos poderes.

Aquí es donde aparece Moshé Feldenkrais con su legado: el Método Feldenkrais®. Un regalo, que nos dejó este buen hombre, tras dedicarse más de 50 años a investigar cómo ayudar al ser humano a  recuperar su dignidad humana, su autonomía e individualidad.

Tras décadas de estudio  e investigación de disciplinas como neurología, desarrollo psicomotor, psicología, ciencias del aprendizaje, judo, física e ingeniería, concluyó que la mejor manera para deshacer las restricciones que se nos impusieron y desarrollar nuestro potencial era continuar aprendiendo a través del movimiento.

Volver a hacer contacto con el suelo, sentir el influjo de la fuerza de la gravedad, descubrir un uso inteligente de nuestro apoyos, explorar nuevas formas de organizarnos para movernos, diferentes a las usadas habitualmente, sin nadie que nos juzgue ni nos corrija desde afuera, rescatando una actitud lúdica, respetando nuestro propio ritmo, sumergiéndonos en el placer que producen los movimientos lentos, sin esfuerzo, ni expectativas.

El proceso de re-aprender a rodar de lado a lado, de boca arriba a boca abajo, a levantar la cabeza del suelo sin esfuerzo, a sentarnos, a ponernos de pie y caernos sin esfuerzo, etc. va deshaciendo los patrones restrictivos de movimiento y pensamiento que nos fueron impuestos cuando aún no teníamos la suficiente independencia para poder elegir qué hacer y qué no hacer, qué creer y qué no, cuando nuestra necesidad de supervivencia estaba supeditada al cuidado y aprobación de los adultos.

Gracias al Método Feldenkrais® podremos aprender a movernos con una gran libertad y ligereza, lo que hará que mejoren nuestras circunstancias de vida, nuestra salud, nuestras ganas de vivir, nuestra creatividad e inteligencia.

Recuperaremos, progresivamente, la alegría de vivir,  de movernos y de ser, como cuando éramos niños.

Muchas gracias por tu atención

Helena Guevara

«La vejez comienza cuando una persona se autoimpone restricciones para formar nuevos patrones corporales. Primero selecciona ciertas actitudes y posturas que encajan en una supuesta dignidad. Del mismo modo rechaza determinadas acciones como estar sentado en el suelo o saltar que pronto se convierten en algo imposible. Retomar y reintegrar estas acciones tan simples tiene un efecto marcadamente rejuvenecedor y no solamente en la mecánica del cuerpo sino en toda la personalidad.» Moshé Feldenkrais